¿Cuándo comenzó mi vida? ¿Cuando fui inscrito como Ignacio Alejandro, en el Registro Civil por mi padre, que ya conocía muy bien el camino, luego de 5 hijos en conjunto con mi madre, antes que yo? ¿Con mi nacimiento, prematuro, inesperado para la fecha y extraordinariamente rápido y sin anestesia, en la Clínica Alemana, que entonces estaba en la comuna de Recoleta? ¿Y antes no me movía en el vientre de mi madre? ¿Cuando mi cigoto se anidó en el útero de mamá? ¿En la singamia, es decir, cuando se fusionaron los gametos de Carlos y Mónica para formar un cigoto, que casi 56 años más tarde escribiría estas letras? ¿Cuando ocurrió el milagro de la fertilización del óvulo de la Sra. Ramírez de Arellano con el espermatozoide del Dr. Verdugo, que inicia un proceso de desarrollo continuo e interdependiente de un individuo genéticamente nuevo, pero completamente inconsciente e inocente de lo que le espera? ¿Y antes, no estaba todo mi ADN completamente vivo y disponible para su encuentro, por ejemplo en los testículos de mi papá? ¿Quizás con el acto sexual de mis padres, en una noche de verano en la calle Elvira Garcés, a media cuadra de Pedro de Valdivia, que imagino fogoso y silencioso para no despertar a mis hermanos? ¿Y sería muy descabellado fijarla en el día mismo que se conocieron, un domingo 18 de abril de 1948, en un bailoteo de la casa de mis abuelos Victor y Amira, que puede haber sido cuando mi alma decidió que vendría a esta vida con estos papás? ¿Y si mi ácido desoxirribonucleico viene de mis abuelos, por qué no suponer que mi vida empezó con su unión, o incluso con su nacimiento? ¿O el de mis bisabuelos? ¿O mis tatarabuelos? ¿Cuándo comenzó mi ADN? ¿Cuándo comenzó la vida?
Me han preguntado varias veces que pienso acerca del aborto.
¿Acaso estoy «a favor»?
No.
Como libre pensante, liberal en muchos planos, rebelde contra las normas estúpidas, poco amigo de las religiones, pero si un ser espiritual (como todos, aunque no lo sepamos), tiendo a creer en el derecho de la mujer a autodeterminarse, el derecho a su cuerpo y a decidir su maternidad.
No creo en el derecho del Estado de imponer ciertas normas aunque, como abogado, entiendo el bien mayor que justifica ciertos acuerdos sociales y su instrumento favorito: la ley.
Sin embargo, en mi calidad de constelador familiar, he visto tanto sufrimiento por causa del aborto, que no puedo estar «a favor».
No solo por el derecho a la vida, sino por las tristes implicaciones sistémicas que repercuten en el sistema familiar completo, aparte de la madre y el padre… Especialmente cuando en un intento de olvidar se silencia, se omite y se excluye al hijo abortado (cosa que también ocurre por cierto en los abortos espontáneos).
Por eso puedo declarar un gran No sé. ¿Quién soy yo para juzgar?
Lo que si tengo claro, muy claro, es que jamás una mujer debiera estar en la cárcel por pedir un aborto!
Ojalá una mujer nunca tenga que llegar a ese tristísimo momento, y si lo tiene que vivir, que tenga contención, compañía, guía, terapeuta y mucho amor que la acompañe.
Pero si hay algo que me parece totalmente ridículo, injusto, anacrónico y contradictorio, es que otra consecuencia lamentable sea que su actuar sea considerado delictivo y por eso merezca una pena (otra pena) privativa de libertad…
No estoy a favor del aborto. Ojala nunca nadie lo necesite. Pero si por diversas causales, fuera necesario: mucha contención, asesoría y por ningún motivo cárcel.
Eso opino.
A todos aquellos que nos hemos puesto al servicio, de una manera u otra, de acompañar a otros, –desde cualquiera de nuestras metodologías terapéuticas o herramientas- nos tocará ayudar a aceptar, a comprender, a superar el dolor y sobre todo a perdonarse a si mismo (a). En esto, nuestra labor puede ser relevante.
Ignacio Verdugo R de A.