Existen diversos caminos. Muchos conducen a Roma. Otros te llevan para diferentes lugares.
Hace ya varios años han aparecido distintas escuelas, metodologías, filosofías, herramientas, tecnologías –en el verdadero sentido de la palabra- maestrías, formaciones que llevan a las personas que quieren despertar, a hacerse más conscientes de sí mismos, a desarrollarse, a crecer interiormente, incluso a hacerse cargo de su vida, de su felicidad, de su salud y bienestar.
Personalmente, he transitado varias decenas de escuelas y caminos, me he enamorado y desencantado de muchos maestros, guías y gurús, pero nunca me he quedado pegado. De cada una he rescatado lo esencial, he tomado los frutos y he seguido el paso, dejando atrás lo que no me sirve y construyendo mi propia forma de entender la vida y una espiritualidad acorde con mis comprensiones, para ser más libre, más consciente y un poco más feliz.
El hacernos más conscientes significa, en términos simples, saber distinguir desde qué emociones estoy apreciando un determinado estímulo, ya sea pequeño o la vida misma, desde qué paradigmas o ideas me enjuicio a mí mismo o a mi entorno y cómo descifro las señales que mi cuerpo me da permanentemente a nivel de sensaciones, bienestar, malestares o enfermedades y cómo actúo o reacciono en el día a día. Esto significa que debo conocerme, razón por la cual el autoconocimiento forma parte esencial de cualquier trabajo personal y habilitante para actuar de una manera consciente.
Habitualmente actuamos en la vida de manera automática, mis reacciones son impulsivas, mis decisiones son respuesta a mis patrones aprendidos y mi andar – vida afectiva, laboral, social, etc.- son apenas “como me sale”… Es una consciencia ordinaria, que es como andar dormido por la vida y respondemos escasamente como realmente quisiéramos ni menos aun dando cuenta de la inmensa belleza interior que hay dentro de nosotros. Hay muy poco de estrategia consciente, de un hacer o actuar “a propósito” de lo que deseo, sueño o espero para mí y los míos. Por eso, el crecimiento personal significa un profundo trabajo de autoconocimiento, para comprender cuáles son las fuentes de mis reacciones y cuáles son mis profundas motivaciones, creencias y posibilidades más allá de mis limitaciones alimentadas por mi pasado y mi entorno. En mi experiencia, tanto en mi vida personal, como en mi trabajo como coach o terapeuta, he aprendido que dicho trabajo de autoconocimiento es extraordinariamente difícil si lo pretendo hacer en solitario. Necesito de otro u otros para que hagan de espejo consciente y me permitan mirarme y ver aquello que mis propios filtros convierten en transparente para mí… y solo para mí, porque habitualmente el resto ve de manera clara y no siempre me lo devuelve de manera asertiva, cuidadosa y con amor.
La autoconciencia, es entonces, el primero y más importante de todos los trabajos que se puede realizar en la labor de acompañamiento de otras personas y primeramente conmigo mismo. Desde lo corporal, Alexander Lowen, uno de los padres de la bioenergética, indica que significa “percibir todas las partes del cuerpo y los sentimientos que en ellas pueda surgir”. Se trata de un gran “darse cuenta” de aquello que hacemos, pensamos, sentimos en la vida. Descubrir todo aquello que hacemos de modo automático, que hace que reaccionemos de manera poco consciente y aumentemos el nivel de conciencia de sí mismo.
Por otra parte, cuando me hago consciente de mis pensamientos recurrentes, de lo que siente mi cuerpo y de las emociones que me habitan, puedo cambiarlos o bien tomar la información o mensajes de mi cuerpo y acercarme a una vida más plena y feliz. Uno de los trabajos más recurrentes conmigo mismo y con todos mis coachees, consultantes o pacientes es invitarlos o ayudarlos a hacerse conscientes de sí mismos, comenzando muchas veces por sus pensamientos que viajan habitualmente por el pasado y/o el futuro y muy poco en el presente. Aquí juega un importante rol la meditación o los trabajos de plena presencia presente. Luego viene el trabajo con las emociones y el cuerpo.
Así, muchos trabajos corporales, tales como la danza primal, la Gestalt, los masajes o u otros ayudan a la conciencia de si, siendo la bioenergética una herramienta tremendamente poderosa al efecto, dada la posibilidad de hacer un análisis o lectura desde las estructuras de carácter esculpidas en el cuerpo de cada persona, analizar los niveles de energía de las distintas zonas del cuerpo, mirar las bandas de bloqueos energéticos, etc. y trabajar con los ejercicios para los niveles siguientes del autodescubrimiento.
Somos nuestro cuerpo
Una de las dimensiones del ser humano más olvidada es la del cuerpo. Escasamente hemos considerado el cuerpo para vincularlo con el deporte, la salud y a veces con el sexo. Llevo años practicando diferentes artes, metodologías y visiones para comprender y descifrar la más innegable de las dimensiones humanas, tanto en lo visual como aquello que no se ve a primera vista. Podemos decir, sin lugar a dudas, que al menos nuestro cuerpo es algo que no podemos negar.
Sonoterapia, Chi Kung, Tai Chi y otras terapias corporales.
Somos energía y podemos influir y ser influidos por otras fuentes energéticas. Tenemos centros de energía llamados chakras y su adecuado funcionamiento o bloqueo puede determinar nuestra vitalidad, salud y bienestar, como también nuestras emociones, y por lo tanto, nuestro actuar en el mundo.
Mediante algunas técnicas, como la sonoterapia, podemos armonizar nuestra energía y ayudarnos a sentir mejor, pensar más claro y actuar de acuerdo a nuestra maravillosa esencia humana.
Volviendo a la Bioenergética
La autoexpresión tiene que ver con la libertad personal para expresar lo que se piensa y siente. Para habilitar la salida de emoción tal cual como viene o debió salir. Tiene que ver con un trabajo en pos de la autenticidad. De poder expresarse más allá del temor al rechazo o al desamor. De sentir libertad interior para poder expresar las ideas, aunque no sean necesariamente compartidas, para poder expresar las emociones aunque no sean adecuadas o políticamente correctas, de poder ir por el movimiento diferenciador sin temor a dejar de pertenecer. De reconocer el propio derecho a la confusión, a irse de un lugar en el que no queremos estar o de cambiar de opinión, como dice el científico chileno Humberto Maturana. Ser espontáneo, auténtico, integrado, como los niños, más allá de la conveniencia.
Como coach o terapeuta, he ayudado a otros a acercarse a una mayor autenticidad, a poner límites, a decir que no, a pedir lo que necesitan, a mostrar su vulnerabilidad y sobre todo a respetarse a si mismo, tal como he visto en mi propio trabajo personal.
La autoposesión o adueñamiento de sí, implica que “el individuo está en contacto consigo mismo”, como dice Alexander Lowen. Para mí, tiene que ver con la aceptación profunda de quienes somos, de la autopertenencia. Tiene que ver con el poder personal para ser tal como se es. El ego no domina ni manda ni estoy al vaivén de los estímulos externos; estoy en “grounding”, enraizado, con capacidad de sostener mi lugar. En mi manera de ver, así como en la autoconciencia, lo opuesto sería estar dormido, en la autoposesión, lo opuesto sería el peor de los males en cada estructura de carácter, definidos desde Freud hasta los psicoterapeutas actuales: en el oral, estar totalmente entregado a la necesidad, sin estar en sí mismo; en un esquizoide estar dividido o aislado para no ser rechazado; en un rígido, completamente insensible para no sufrir ni sentir; en un psicopático en total dominación para no ser dominado, en un masoquista, sirviendo a los demás para recibir amor, etc; es decir, actuar totalmente desde el patrón, sin escucharse a si mismo, sin ir al fondo de lo que quiero o necesito sino solamente desde la inconsciencia, de lo que me sale. No estoy con un yo bien parado ni adulto, sin miedos ni máscaras.
La Meditación
Gran parte de nuestro trabajo está en el dominio de lo mental, aprender a estar presentes y atentos a nuestros pensamientos, vigilarlos cuando estamos en el pasado, habitualmente lamentándonos o en soñando un futuro que quizás nunca llegará. Para esto muchos métodos de meditación son una gran herramienta, entendiendo que la meditación es una tecnología no solo para grandes maestros orientales en busca del vacío sino una práctica al alcance de todos; una manera de centrarnos y estar en el presente.
Así como existe una dimensión mental o lingüística, existe el mundo de las emociones, que son inherentes al ser humano y que generalmente desconocemos o le tememos. ¿Cómo aprender a gestionar nuestras emociones para responder como queremos en la vida y no solo como nos sale? ¿En qué estado de ánimo quiero vivir y cuáles me abren y cuáles me cierran posibilidades?
La espiritualidad
En lo personal, es un trabajo desde mis 25 años que no ha parado jamás, aun cuando hay épocas en que haya estado menos consciente, pero que ha estado íntimamente vinculado con mi búsqueda espiritual y de desarrollo personal. Mirar los juegos de mi ego, los anhelos del alma, las conexiones o sincronías universales, los mensajes de mi cuerpo, los bloqueos energéticos, los hábitos, los registros corporales, ha sido gran parte de mi crecimiento personal y sigo creyendo que es un trabajo fundamental para cualquier persona que quiere crecer, sanarse o ser más feliz. Cuando percibimos nuestra pertenencia a un todo más grande, cuando comprendemos que todos somos uno, que hay señales que dan cuenta de leyes universales y la existencia de un Gran Espíritu, Dios, Universo o Conciencia podemos hablar de una Conciencia Superior, o Espiritualidad, que no tiene nada que ver con las religiones ni con el poder político, económico o social que ellas conllevan. Se parece más a la espiritualidad que podemos admirar de oriente.
Coaching Sistémico o constelaciones familiares
Para ser protagonistas de nuestra vida y no solo víctimas de lo que nos acontece, debemos hacernos cargo de nuestra existencia y hacer los cambios que sean necesarios para guiar nuestros pasos hacia donde deseamos. Para eso es preciso también aceptar las cosas como han sido y también aceptarnos y querernos como somos. Como sabemos, pertenecemos a un sistema familiar y muchos de nuestros condicionamientos provienen de nuestros ancestros, aunque no seamos conscientes de ello. Muchas de nuestras dificultades y sufrimientos se deben a la lealtad inconsciente con nuestras familias, especialmente cuando alguno de sus miembros han sido excluidos, ignorados o bien no se ha respetado el lugar que le corresponde a cada integrante. También cuando no hay un adecuado equilibrio entre dar y recibir.
Las constelaciones familiares se basa en la teoría de sistemas, por eso se recurre a la idea de constelaciones. Así como hay un sistema solar, un sistema circulatorio, el sanguíneo, digestivo, inmune y otros tantos en el cuerpo humano y nos relacionamos constantemente con una serie de artefactos, instrumentos y artículos tecnológicos, como un computador, un vehículo o un refrigerador, cuyas partes están íntimamente relacionadas, los seres humanos formamos parte de diversos sistemas, comenzando por el familiar y también otro tipo de comunidades tales como las escolares, universitarias, laborales, clubes, grupos de formación, de amigos y otro gran número de grupos de pertenencia social. Tal como se enuncia en la teoría de sistemas, el todo es más que la suma de sus partes, lo que representa la conceptualización de que cualquiera de sus partes influye en el todo y viceversa.
Cada sistema tiene sus reglas internas y la familia no es la excepción. Este conjunto de leyes naturales, familiares, sociales y espirituales que rigen el funcionamiento de los núcleos humanos es lo que Bert Hellinger llama los órdenes del amor. La trasgresión de los órdenes del amor en las interacciones humanas puede ser el origen de los conflictos y las discordancias internas que pueden llegar a manifestarse como patologías individuales, familiares, grupales o sociales.
Cada individuo lleva consigo la información de su historia familiar, aunque no la conozca. No somos individuos independientes, sino parte de un sistema familiar que se extiende, luego, a un sistema más grande, como un pueblo, un país, una cultura, una religión y hasta todo el universo. Las Constelaciones Familiares son un procedimiento sistémico fenomenológico desarrollado por Bert Hellinger para configurar sistemas familiares con la ayuda de personas que representan a los miembros de la familia. Esta configuración permite mirar a la persona y su sistema familiar como un conjunto, y entender las implicaciones inconscientes que la perjudican en la auténtica realización de su destino. El inconsciente familiar produce, en el nivel del alma, efectos inimaginables en nuestra vida. Hechos significativos que fueron excluidos, o no considerados, se repiten en diferentes generaciones. Una constelación muestra esos hechos y, en un nivel más profundo del entendimiento, se abren diferentes posibilidades para solucionar estos problemas. Es una poderosa herramienta de reconciliación con el origen y el destino de una persona.
Se trata de un método sumamente eficaz para descubrir los enredos inconscientes y reunir el amor con el orden para que los vínculos puedan sanarse. Como aprendí de Tiuu Bolzmann, una de mis grandes maestras en esta formación, se trata de “unir lo que está mal separado y separar lo que está mal unido”.
Con mucha frecuencia el solo hecho de poder comprender los “órdenes del amor”, en la dinámica familiar se produce una sanación o una comprensión fundamental para el trabajo personal que debe hacer cada persona para su crecimiento personal. Cuando se incluye a todos, el orden se reestablece y el amor entre todos los miembros puede fluir de una manera beneficiosa para todos. Como enseña Hellinger: “el orden viene primero y luego el amor”, quiere decir que si existe desorden, el amor, aunque sea grande, no puede fluir. Esto también opera en otros sistemas humanos como las organizaciones, empresas u otras instituciones y pueden ser muy útiles para obtener información para la toma de decisiones o develar situaciones que impiden el crecimiento o la armonía.
Finalmente, diremos que si bien a veces preferimos no ventilar nuestros problemas y dejarlo en la intimidad o, a lo más, confesárselos a un coach, terapeuta u otro tipo de persona dispuesta a escucharnos, está ultra demostrada la inmensa capacidad curativa de abrir nuestras dificultades y temores y compartirlos en lugares de cuidada apertura o espacios sagrados. Hemos comprendido que los adultos aprendemos más de nuestros compañeros que de nuestros maestros, por lo que el trabajo grupal puede ser un hermoso espacio de aprendizaje, contención, empatía y amorosidad. Cuando compartimos en tribu nos sentimos contenidos, comprendidos, aceptados y amados al punto de ser un acto inmensamente reparador el solo hecho de abrir nuestros corazones y entender que todos tenemos una narrativa para nuestra forma de ser y que podemos ser transformados por el poder de nuestras declaraciones y actos.
Artículo publicado en la Revista Bienestar y Salud